Junto a nuestra reserva, vivía una familia con su hija Estela, de cinco años.
Estela se ha criado en el campo, en contacto directo con la naturaleza, observándola y jugando con ella.
En la casa, tenían dos perros y una gatita que la pequeña fue viendo crecer. Le encantan los burros, a los que entre la cerca que linda con nosotros, daba hierba o alguna golosina. Le gustaba mucho montar a lomos de nuestros asnos.
Un día, el padre de Estela me comenta que su hija quería hablar conmigo, se acercan cogidos de la mano y Estela avergonzada y un poco escondida tras su padre, sin mediar palabra, me aproxima su mano cerrada con intención de entregarme algo. Al abrir su mano, caen sobre la mía unos céntimos de euro. El padre me explica que su hija había visto en televisión el llamamiento de ayuda que hicimos y que por su cuenta había decidido ayudarnos con los ahorros de su hucha. En ese momento me quedé perplejo, ahora era yo el que no podía articular palabra, solo pude decirle: ¿Estela…, me dejas que te de un beso?. Le di un beso en la frente, devolví a su padre sin que ella se diera cuenta aquellos céntimos tan valiosísimos para que éste repusiera en la hucha de su hija. No pudiendo aguantar mucho más rato después de esta experiencia, me despedí de ellos, di media vuelta y seguí con el cuidado de nuestros burros.
Aun todavía, después del tiempo, me vuelven las imágenes de esos segundos tan intensos y espero no olvidarlos nunca.
Esta familia, ya no vive en el campo, pero de vez en cuando aparecen por allí. Y un pequeño ángel llamado Estela llena de alegría aquel lugar.
A mí, Estela, me dio fuerza para seguir adelante, a pesar de los problemas y dificultades, con nuestro proyecto de preservar de la extinción al Asno Andaluz.
Para no acabar tristes… se me ocurre una “moraleja”: Aprendamos a compartir y el mundo será más feliz.
Rafael Fuentes, Julio de 2013